DICTADURA MORAL EN IRÁN

El mejor retrato de la sociedad iraní actual lo podemos ver en la película, NADER Y SIMIN, UNA SEPARACIÓN, escrita y dirigida por Asghar Farhadi, que pone su centro en las relaciones humanas, en este caso matrimoniales, igual que en su anterior película, comentada en este blog, A propósito de Elly, para construir a modo de tragedia, una reflexión sobre el régimen de los ayatolas. Reflexión que transciende el mismo para sobrecoger con un brillante guión a los espectadores de cualquier parte del mundo. Fruto de ello son sus tres grandes premios conseguidos en el Festival de Berlín de este año, como mejor película e interpretación  masculina y femenina.
El argumento inicial y final de la misma es la separación matrimonial entre Nader y Simin. El primero no quiere irse al extrajero con su mujer para que su hija tenga un mejor futuro porque tiene que cuidar a su padre enfermo de alzeimer. Ella se va de casa y él tiene que contratar a una sirvienta para cuidar de la misma y de su padre mientras está trabajando. La trama que vertebra toda la narración vendrá dada por la mujer que contrata sin el permiso del marido, cuando en un descuido tenga que salir porque debe ir al médico a causa de problemas en su embarazo, y el padre de Nader casi muera por el abandono. Así, éste la despedirá de malas maneras, lo que propiciará la denuncia por el aborto causado tras la fuerte discursión.
El director construye una portentosa tragedia en el enfrentamiento entre la sirviente pobre que tiene que mantener a escondidas a su marido zapatero perseguido por las deudas y a su hija, y al matrimonio de clase media, culta, que trata de salir a delante con sus propios problemas. Para ello recurre a la forma teatral, a la palabra, donde los actores, no solo los premiados, desarrollan una extraordinaria interpretación con gran elocuencia que cala en el espectador. Si bien el relato es realista, auténtico, aparentemente cotidiano y nada artificioso, de ahí su valía, muestra, como no podía ser menos en el cine hecho en un país sin libertades, numerosas alusiones y metáforas implícitas.
Deja al descubierto una sociedad donde la ley religiosa, su moral, determina la resolución de los problemas cotidianos, hasta el punto que denunciante y denunciado pueden resultar culpables. A la verdad se llega, tras numerosas mentiras determinadas por aquella, apelando al castigo de dios, al honor de la familia condicionado, a su vez, por el juramento frente al Corán. De hecho en Irán, la ley no es fruto de la decisión de la voluntad popular, sino viene impuesta desde el poder religioso, y los ciudadanos tienen que adaptarse a ella. La religión islámica establece la preminencia en el matrimonio, en la sociedad, del hombre sobre la mujer, que tiene que estar cubierta con distintos velos incluso dentro de casa como un signo de entrega y dominación al varón. 
A pesar de ésto, la película retrata la necesidad de libertad y el empuje de las mujeres desde su adolescencia en el Irán actual, que arrastra al hombre, culto, no tan religioso, impedido también por unas normas que privan de libertad y de futuro de esa manera a sus parejas. La solución, entonces, como quiere Simin puede estar en emigrar al extranjero. El director, sin embargo, apuesta, con el personaje de Nader, seguramente como muchos intelectuales y artistas iraníes en buscar las soluciones, defender los derechos humanos y luchar dentro del país, no huir. 
El final queda abierto en la última secuencia. Los padres se divorcian y permanece en el aire para el espectador, en una nueva metáfora, con quién vivirá la hija que tiene que comunicar su decisión ante el juez. Lo que es lo mismo, cuál será la decisión del pueblo iraní sobre su porvenir.

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