CUMBRES BORRASCOSAS

Deseaba ver la nueva película de la directora británica, Andrea Arnold, tras su último largometraje, Fish Tank, que me pareció una buena creación. En principio, no me atraía la idea de ver una adaptación literaria, de época, pues creo que el estilo cinematográfico de la directora va enfocado al ámbito contemporáneo. El resultado de dirigir, CUMBRES BORRASCOSAS (Wuthering Heights), me ha parecido interesante por dos razones. En primer lugar, porque emplea un estilo diferente al del cine clásico, incluso, parece ser con una técnica digital. La cámara está en constante movimiento a lo largo de su extenso metraje, valorando especialmente los planos en detalle y los primeros planos; las mirada subjetiva de la acción, creando a veces una imagen desenfocada, como si el espectador fuera el personaje que protagoniza el argumento.
En segundo lugar, y relacionado con el anterior, muestra aspectos de gran modernidad. No sólo valora las imágenes de los paisajes, de los personajes en la narración, sino que las complementa con signos, palabras inscritas, que aluden a los mismos y se fragmentan con las anteriores. Un pequeño gesto, las texturas de las plantas, de campo inundado, de los vestidos, adquieren un relevante protagonismo. La película está llena de silencios en el diálogo de los personajes, más de miradas, de pequeñas experiencias visuales, de contraluces sobre la hierba mojada, sobre los pequeños insectos que conviven con la podedumbre de los protagonistas. Resulta, por tanto, acertado incluir los sonidos de la naturaleza: las gotas de lluvia, los truenos de la tormenta, los ladridos de los perros, el discurrir del agua entre las piedras, y las pisadas sobre el barro.
La sensibilidad de la directora se muestra en todo su esplendor, y más, con esta obra literaria de amor romántico. Un amor imposible entre un niño de la calle, en este caso, negro, y una chica blanca en los páramos de Yorkshire, como si las costumbres de los hombres estuvieran determinadas más que nunca por la naturaleza salvaje. Tan imposible como las diferencia raciales a comienzos del siglo XIX. Situación que no puede ser vencida por la relación de parentesco, ni por la riqueza personal que adquiere el protagonista, Heathcliff, que se hará con la propiedad de la casa ante la ruina material y moral del propietario, su hermano adoptivo y rival, Hindley, que le había maltratado. Sin embargo, la vuelta al hogar de acogida supone el triunfo del amor desesperado e infinito y de la pureza moral  frente a la violencia irracional.

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