DESIGUALDAD SOCIAL EN BRASIL

En las sociedades modernas criar un hijo en una labor compartida entre el padre y la madre. En las tradicionales, la madre desempeña el papel más relevante. Si pertenecía a un estatus social elevado este trabajo se le encargaba a la niñera. Pudiera darse la paradoja que ésta tuviera que dejar a sus propios hijos al cuidado de otros, mientras se encargaba del de los señores. Esto le sucede a la protagonista de la película, UNA SEGUNDA MADRE (Que horas ela volta?), escrita y dirigida por la directora brasileña, Anna Mulyaert, que ganó los merecidos premios del Público en el Festival de Berlín y del Jurado en el de Sundance.


Val (Regina Casé) en una criada interna que sirve a un matrimonio rico de Sao Paulo. De origen humilde, tiene una hija a la que no ve desde hace diez años, que vive con su exmarido de la que está separada. Le manda parte del dinero que gana para financiar sus estudios. Se ocupa de la casa y el cuidado de Fabinho, el hijo de sus señores,, ahora adolescente, que le tiene como una segunda madre. Pero un día, Jéssica, su hija decide ir a Sao Paulo para presentarse a la selectividad. Val pide permiso a éstos para que le permitan alojarse en la casa mientras encuentra un lugar donde estar. A partir de ese momento le cambiará la vida a la protagonista.


Este cambio se produce porque la hija, muy bien preparada y con ganas de estudiar arquitectura, a pesar de la dificultad de entrar en la universidad, no acepta el servilismo y el clasismo que padece la madre. Es muy bien aceptada por el señor de la casa, Carlos, un rico heredero que fue pintor, y por el hijo, de su misma edad, que le permiten moverse con libertad y le alojan en el cuarto de invitados. Sin embargo, la dueña, Bárbara, será la que le rechace por sobrepasar los límites propios de la hija de la asistenta, como bañarse en la piscina y por comer ciertos alimentos destinados a ellos.


De esta manera tiene que marcharse y estudiar la selectividad en un piso alquilado al no aceptar que le traten como una persona de segunda clase, de inferior nivel y con menos derechos. Se queja igualmente que su madre no ha hecho nada por defenderle, pero ésta tomará una decisión que le hará cambiar de opinión cuando se entera que tiene un hijo. Val abandonará, entonces, el trabajo de empleada doméstica para ayudar a su hija, mientras estudia y cuidar al nieto como una auténtica segunda madre. Así, volverá a recomponerse el afecto primigenio, la relación básica que no debió romperse, en este caso, entre madre e hija, y que es fundamental que continúe en generaciones sucesivas.

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