EL LOUVRE EN GUERRA


Las tropas francesas fueron sobrepasadas por la maquinaria de guerra alemana al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. El mariscal Petain, uno de los generales victoriosos de la primera gran confragración, prefiere pactar con el invasor, evitar bajas, la destrucción que supondría enfrentarse una vez más a los germanos, ávidos de venganza. Se instaura el régimen colaboracionista de Vichy con un territorio propio que divide el país por la mitad. La Alemania nazi ocupa la parte norte y oeste, y en ella, la que por aquel entonces era también la capital cultural del mundo, Paris, que adquiere el título de ciudad abierta, gobernada por una autoridad militar, sin apenas funcionarios franceses que habían huído, como gran parte de la población, hacia el sur.


Los alemanes se encuentran con la grandeza artística que tanto admiraban, tanto en los edificios, como en los museos. El más pretigioso del país, el Louvre, había llevado gran parte de sus obras, ante el peligro de destrucción, a un conjunto de castillos o casas nobles repartidas por los alrededores, a resguardo de los bombardeos. Esta documentada en fotografías y en imágenes de cine la visita del propio Hitler a los lugares más emblemáticos de la ciudad. Durante los primeros años de la ocupación, los encargados alemanes de interesarse por las obras de arte francesas, eran personas que ya en Alemania se ocupaban de la conservación de sus propios tesoros y que conocían las riquezas del país invadido.


La peculiar película del director Alekxandr Sokurov entre documental y ficción narra en forma de elegía lo que supuso la conservación del extraordinario patrimonio artístico francés, si nos centramos exclusivamente en el museo del Louvre, frente a los dirigentes nazis, auténticos depredadores de obras de arte. Su preservación, evitando la exportación a pesar de las órdenes recibidas desde Berlín, se debió a las buenas relaciones entre el director del museo durante la ocupación, Jacques Jaujard y el oficial responsable de estos asuntos del ejército alemán, el conde Wolff Metternich. En primero recibiría por sus méritos varias veces la Legión de Honor y el segundo, fue relevado en 1942 por no atenerse a su deber, dedicándose al estudio del arte en Renania.


Parece demostrado, según indica la película, que los nazis respetaron en general, el patrimonio cultural francés, al que envidiaban y deseaban apropiarse, sin embargo se toparon con toda aquella grandeza almacenada desde los tiempos de Napoleón, que como emperador y conquistador, se llevó numerosas obras de arte a Francia para engrosar una riqueza al disfrute del pueblo, encarnado en el lema revolucionario, libertad, igualdad y fraternidad. El director en FRANCOFONÍA (Francofonía, le Louvre sous L´Occupation) contruye un poema elegiático, un bello delirio de homenaje a Francia, su gran museo, y el arte en general, lleno de angustia por su posible desaparición, por lo que le ha sucedido o pudiera suceder. 


Nada sería más injusto que el barco, el museo, que surca los mares tormensos de la Historia se hundiese y se perdiesen las maravillas irrepetibles engendradas por el espíritu humano. O que fueran destruídas por un régimen criminal, que en este caso no llegó a tanto, por el enorme aura que poseían, aunque en la actualidad si hay ejemplos de destrucción de los museos y de las obras de arte con un sentido de dominación, de implantar el terror.

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